Vale la pena recordar que el teatro es un rito
de comunión, la más humanista de las artes porque el artista se utiliza a sí
mismo como instrumento y obra, en vivo frente al espectador. Es un arte
efímero, volátil, mortal como el mismo ser humano, que se agota al caducar el tiempo
de la función, sin poder ser recuperado jamás en su naturaleza de acto vivo, ni
siquiera por la lente de una cámara. Cada representación hermana a actores y
espectadores que nunca se volverán a reunir de la misma manera. Todo esto es
mágico.
La actuación teatral me permite ser propiciador
de la magia del arte. Los seres humanos nunca podremos ser dioses, pero podemos
comportarnos éticamente como los modelos divinos (a fin de cuentas, humanos
súper-idealizados). También podemos conducirnos estéticamente: construyéndonos
como humanidad en una obra de arte bella, buena y verdadera. Las artes en
general, y particularmente el teatro, sueñan con esto: hacer un mundo donde
quepan todos los mundos. Tal es el poder de la imaginación creativa.
Los
que nacemos actores de teatro tenemos dos opciones en la vida: La primera es
consumirnos en nuestra propia egolatría y ahogarnos en ella solos, lejos de
nuestra propia humanidad, o bien, la segunda, reconocer nuestro propio ser en
el Otro, abrirnos y entregarnos a él con todos sus misteriosos riesgos y sus
siempre sorprendentes consecuencias. La primera opción lleva a la ignorancia de
quién y qué pasa en el mundo, a la autocomplacencia y al desprecio de la
compleja belleza, llena de vicios, debilidades e imperfecciones, de la
Creación. La segunda opción lleva a un camino sin final, con fuertes lecciones
a cada paso, unas más dolorosas que otras, a dolerse con conocidos y
desconocidos, a la disconformidad perpetua y a la valoración de los más
pequeños detalles de un grano de arena y de la más pequeña y efímera alegría.
Habemos actores de teatro en los dos senderos. Los que siguen el primer camino
pueden llegar a ser brillantes en una época dorada de sus vidas, se incineran
con pasión y se acaban pronto vueltos cenizas, no aceptan papeles
“secundarios”, se crecen con facilidad ante cualquier elogio pero carecen de
oficio y disciplina, su fama es masiva pero carece de sustancia. Quienes siguen
el otro sendero sonríen incluso ante el rol más pequeño, lo abrazan con amor y
lo pulen hasta descubrir felizmente el diamante escondido, su llama es suave,
cálida y duradera, como si en lo hondo de su flama los alimentara un aceite más
refinado y exquisito, y su perfume alienta a propios y extraños, su fama es
limitada pero entrañable.
Yo me inicié en el primer camino con mucha
ingenuidad. A causa de ello todavía soy vanidoso, y no me perdonan por eso.
“Candil de la calle y oscuridad de tu casa”. Me reconozco permanentemente
inmaduro, como los axólotls. Soy reservado para muchas cosas, es decir casi
todo lo íntimo, personal, y por eso padezco soledad y melancolía de manera
recurrente. Cuando estoy en un escenario me siento vivo y feliz, en contraste
con muchos momentos familiares que merecerían esa misma felicidad y energía vital.
El público que no me conoce me aplaude mucho, me encomia, quiere y pide más y
más de mí, y yo me entrego fácil, voy aquí y allá y abandono a mis hijos y a mi
esposa por el “arte”. Así, poco a poco, mis amigos verdaderos me dejan de
buscar, de invitar, porque saben que no me comprometo con asuntos complicados y
verdaderos.
Sin
embargo, también con los años he debido andar el segundo camino. No es fácil
porque se debe ser humilde. La verdad es que la vida real nos obliga a todos a
ser humildes en algún momento, y entonces el actor de teatro se da cuenta de
que existe el mundo real y que la ficción en nada se le compara. Si el actor
abre bien los ojos, aunque sea por resignación, notará que le ha faltado TODO
por aprender, y que solamente en esa vida real podría alimentar cualquier
aspiración creativa. En otras palabras, tengo hoy la convicción de que para
crear una obra de arte auténtica se tiene primero que vivir a profundidad. Y
entonces –y sólo por esta convicción- me he decidido a entregarme a investigar
lo que sea que signifique el amor verdadero, el dolor verdadero, la alegría
verdadera, y no conformarme con euforias, orgasmos o sollozos pasajeros y
superficiales. He viajado y me he viajado hasta asumir mi humanidad más frágil
y mortal, y luego entonces no he podido evitar sentirme con el Otro, en el
Otro. Y creo que eso me ha hecho un mejor actor.
Decía que me inicié en el Teatro atravesando el
sendero número uno. No conozco a artistas que se hayan iniciado de otra manera.
Me encandilaron las luces, me cobijaron los telones, me apoyaron las tablas.
Sentía que toda la escenografía estaba al servicio de mi exclusivo lucimiento
personal. Incluso el trabajo de equipo era parte de ese aparato dispuesto para
mí.
Pero no se puede ser indiferente a la camaradería,
a la amistad, a la solidaridad, al generoso gesto de atención y de cooperación
de los otros: los compañeros actores, el público. Los regaños de un buen
director son esenciales en este aprendizaje. Ir a la escuela es indispensable.
Leer es indispensable. Escuchar la crítica es indispensable. Al menos se
aprende que no se puede hacer teatro sin los otros.
Se
aprende también con el hambre. El hambre verdadera. El hambre de pan. Se
aprende también con el duelo auténtico de un ser querido perdido para siempre.
Se aprende también ante el menosprecio de otros, sobre todo cuando uno recuerda
que antes también despreció. La humillación nos hace humildes. La soledad nos
lleva a ser sociables. El hambre nos educa en ser compartidos… y AGRADECIDOS.
Ser un mejor actor cada día también depende de
serlo no sólo en el escenario, y esto nada tiene que ver con andar todo el
tiempo por la calle con la máscara de la hipocresía. Ser actor en el mundo
significa actuar -en el sentido más evidente de HACER ALGO- por y para los
demás a cada momento. “El mundo entero es un escenario” (William Shakespeare).
Cada segundo de vida real entregado al servicio público es un nuevo matiz
ganado para la vida ficcional de mis personajes teatrales. El teatro de mi vida
real es más importante que el teatro del espectáculo.
Hoy no soy “famoso”, pero mis amigos cercanos y
mis familiares me quieren y me respetan, y juro sobre lo más sagrado que con
eso se puede ser feliz. El segundo sendero del teatro me llevó a descubrir esta
pequeña verdad, en otras palabras: el Teatro me ha hecho feliz.
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Laboratorio Libertad / Academia de Teatro
Ciudad de México
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